Si hay algo que tiene el emprendimiento es que le permite a uno crear muchas versiones de uno mismo. Construir una compañía desde ceros le da al emprendedor la oportunidad de ejercer múltiples roles: vender, manejar las finanzas, contratar, desarrollar producto, entre muchos otros. Al principio, saltar de un rol a otro puede ser fascinante porque da alas para probarse y descubrir que uno es capaz de hacer mucho más de lo que imaginaba.
El emprendimiento genera emociones y alegrías que pocas cosas pueden igualar. Ver la primera versión de tu producto funcionando es una sensación indescriptible. Cerrar tu primera venta es un golpe de adrenalina. Conseguir el primer "sí" de un inversionista es un espaldarazo de fe que se siente como si el mundo te diera la razón.
Cada uno de estos hitos alimenta el ego y el corazón del emprendedor. En la medida en que uno se propone metas más grandes, empieza a creer más en sus propias capacidades. A veces ni siquiera se es consciente de lo que se puede lograr hasta que, de repente, se tiene un equipo de cientos de personas y un producto que atiende a miles de usuarios. En esos momentos, mirar atrás y ver todo lo que has construido es tan abrumador como gratificante.
Sin embargo, esos mismos logros traen consigo grandes desafíos. Está el reto de la caja, especialmente en modelos B2B donde los clientes corporativos pagan a 90 o hasta 120 días, obligándote a extender todo y aguantar los pagos. Está el reto de crecer sin parar, de estar a la altura como líder en una empresa que a veces avanza más rápido que tú mismo. Está el reto de encontrar el equilibrio entre un trabajo de alto rendimiento y no caer en el burnout.
Un emprendedor a quien entrevisté recientemente me lo resumió con brutal honestidad: "El emprendimiento me ha dado la seguridad que nunca tuve de niño. Pero también ha destruido mi ego por momentos y ha revivido traumas. Es como una bipolaridad difícil de explicar."
Y tiene razón. Es una montaña rusa emocional y también un ejercicio constante de adaptación de personalidad. Hay días en los que todo está mal, pero no puedes permitirte reflejarlo en el equipo. En esos momentos, te pones la camiseta de líder y sigues adelante, aunque por dentro estés al borde del colapso. La resiliencia se convierte en un músculo que se ejercita todos los días, y la incertidumbre deja de ser una barrera para convertirse en el estado natural del emprendedor.
Además, está la paradoja del éxito: cuanto más avanzas, más consciente te vuelves de lo que aún no sabes. Cada escalón que subes en la escalera del emprendimiento te muestra nuevos retos que antes ni siquiera habías considerado. Crees que estás alcanzando el techo (o la meta) y, de repente, te das cuenta de que hay otro nivel por conquistar. Es una carrera sin línea de meta, donde el crecimiento personal y profesional es infinito.
Lo más curioso es que esa dualidad, entre la euforia de avanzar y la angustia de no saber qué sigue es adictiva. Tan adictiva que, aunque el camino esté lleno de incertidumbre y desgaste, siempre piensas que puedes llegar más lejos, ganar más y aprender más. Y esa es, quizás, la razón por la que tantos emprendedores, después de fracasar, vuelven a intentarlo. Porque una vez que te has probado a ti mismo que eres capaz de construir algo desde la nada, es imposible dejar de hacerlo.
Algunos de los emprendedores que he visto fracasar con sus compañías, en el momento piensan que hasta ahí han llegado y hasta se tildan de fracasados. Luego, la adicción vuelve y empiezan a subir otras escaleras para volver a emprender, la diferencia es que esta vez ya han roto muchos techos y ya tienen atajos para entender que la escalera nunca termina. Esa inseguridad que queda de haber fracasado, se capitaliza y se convierte en seguridad de las nuevas capacidades que se tienen por el “callo” que sale cuando se fracasa.
Gracias porque entre founders he podido ver que emprender no es solo crear una empresa; es crearse a uno mismo, una y otra vez. Gracias a los founders que me comparten sus inseguridades y sus grandes capacidades. Y, como siempre, gracias a quienes siguen leyendo, y ahora oyendo, este blog.
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