En las fases de evaluación de startups en Rockstart, siempre me surge esta pregunta: ¿cuál es la línea delgada que separa la resiliencia de la terquedad? Puede sonar duro, pero honestamente, en los casi seis años que llevo en este ecosistema de startups, he visto algunas empresas que han aplicado a casi todas nuestras convocatorias y están EXACTAMENTE iguales. Pasan los años y siguen con los mismos productos, las mismas ventas y las mismas excusas sobre por qué no han crecido o no han salido al mercado.
Es importante aclarar algo antes de continuar: en Rockstart amamos que las startups vuelvan a aplicar. De hecho, varias de las que hemos seleccionado para invertir lo lograron después de su segunda o tercera postulación. Sin embargo, entre una convocatoria y otra, debe haber algo fundamental: evolución. No hay nada más gratificante como inversionista que ver cambios, no solo en métricas de ventas, sino también en usabilidad, en el crecimiento de los founders, o incluso en transformaciones radicales mediante pivots. Comparar año tras año y notar un progreso real en los fundadores, en sus productos y en sus resultados es realmente alentador.
Intentarlo mil veces no tiene nada de malo. Es más, es admirable. Habla muy bien del emprendedor que no se rinde. Pero el problema surge cuando el tiempo pasa y nuestra startup, y nosotros mismos como emprendedores, seguimos iguales.
La convocatoria que hacemos es solo un reflejo pequeño de un patrón muy grande que se repite en el ecosistema entero. Incluso, nosotros mismos hemos invertido en founders así. A veces, por amor a lo que hacemos, caemos en terquedad y no enfrentamos los problemas de frente. Hay founders que se empeñan en introducir sus productos al mercado a toda costa, sin darse cuenta de que el problema no está en la distribución ni en el mercado. El problema es que el producto no es lo suficientemente útil para el mercado, aunque para nosotros como founders parezca perfecto.
Decirlo suena fácil, pero enfrentarse a los problemas no lo es. Reconocer cuándo uno está siendo terco y camuflando esa terquedad bajo el título de la resiliencia es sumamente difícil. Desde el respeto que tengo por esa capacidad de aguantar y luchar de casi todos los founders, creo que llega un punto en el que esa lucha se convierte en una trampa. Los fundadores terminan como hámsters dentro de una rueda, corriendo y corriendo sin avanzar.
Puede sonar injusto que, desde mi posición como inversionista, señale estos problemas, porque desde afuera todo parece más sencillo. Sin embargo, lo digo con conocimiento de causa. Desde mi trabajo en Rockstart y mis propias experiencias como emprendedora (actual y pasada), sé que puedo ser muy terca. De hecho, mi historia en Rockstart comenzó desde esa terquedad: yo era esa emprendedora que culpaba a factores externos de no crecer. “Mi startup (Little Makers, que vendía impresoras 3D para enseñar a niños) no crece porque no he levantado capital. Es que no hay dónde aprender eso”, solía decirme a mí misma. En ese momento creía que el problema eran los inversionistas. Al llegar a Rockstart, entendí que el problema era yo: mi terquedad en querer vender algo que era un nice-to-have (las impresoras 3D) y no una solución real (la educación).
Historias como la mía se repiten todos los días. Ser terco no significa ser un mal emprendedor. De hecho, algunos de los mejores emprendedores han sido tercos. Pero evaluar cuándo esa terquedad se convierte en un beneficio y cuándo nos sesga por completo es un desafío enorme.
He acompañado a founders que son tercos con el feedback que reciben porque están convencidos de su visión. Muchos de ellos tienen una especie de sexto sentido, una combinación de conocimiento profundo del mercado y experiencia, junto con intuición sobre las necesidades de los usuarios, incluso aquellas que ellos mismos como usuarios desconocen.
Por otro lado, también he trabajado con founders que no logran desprenderse de su terquedad. Algunos llevan años con el mismo negocio sin evolucionar, como si se hubieran quedado atrapados en la versión MVP para siempre. No hay avances y lo justifican con un supuesto conocimiento del mercado, pero, al profundizar, ese conocimiento resulta ser solo un cúmulo de supuestos sin validar y opiniones que los emprendedores tienen.
Como siempre, la respuesta está en el mercado y en los usuarios. Las métricas y la tracción deben ser los jueces finales. Si hay dudas, no se trata de adivinar; hay que probar con los usuarios y aprender de ellos. Pero, para lograrlo, un founder debe tener la valentía de mirar los problemas a la cara y admitir que es momento de buscar respuestas de maneras diferentes.
Al reflexionar sobre la pregunta de dónde está la línea delgada entre la resiliencia y la terquedad, analicé datos reales. Identifiqué patrones comunes entre los mejores founders: aquellos con quienes trabajamos que más evolucionan y aquellos que cada vez que aplican, muestran avances notables. La evolución de un founder y de su compañía es directamente proporcional al tiempo que dedican a estar en la calle experimentando, conociendo a sus usuarios y probando hipótesis sin aferrarse a verdades absolutas.
¿Y qué pasa con la excusa del fundraising? Cada vez veo más que los founders que logran levantar capital hoy en día son los que mejor conocen su mercado y son más hands-on. Pero este tema de las excusas detrás de rondas fallidas lo profundizaré en otra ocasión.
Como siempre, gracias a los founders que han recibido mis observaciones sobre estar en una rueda de hámster como un consejo constructivo y no como un juicio. Gracias a Rockstart por exigirme salir de mis propias ruedas de hámster. Y gracias a Entre Founders por ser un espacio para exorcizar pensamientos y experiencias que, a veces, ni siquiera pongo en palabras.