La doble cara del éxito en las startups
Si ya hablé de fracaso, ahora tenía que profundizar en el éxito. Quienes lean el blog anterior y este podrán pensar que soy masoquista o que tal vez amo a los fracasados. En verdad, no es así; solo tengo mucho miedo de los casos de éxito que he acompañado y he visto de cerca, porque en esos momentos el éxito nubla al ser vulnerable que hay detrás.
Partamos del hecho que la vulnerabilidad es un superpoder para cualquiera que trabaje en startups o emprenda. Es esta la habilidad que nos permite conectar en un mundo tan tech y tan rápido, un mundo en el que el incendio y el afán son una constante. Ahora, ese afán o rapidez propia de las startups es la fuente de lo peor que trae el éxito: creerse el cuento muy rápido. En este mundo del emprendimiento, todo pasa de manera ágil, por lo que el crecimiento se da relativamente acelerado y con este pueden venir las grandes rondas de capital y el exceso de visibilidad.
Un emprendedor a quien adoro lo vivió todo y en el lapso de un año o menos creció, cerró clientes enormes, cerró dos rondas de capital con buenos VCs y muy buenas condiciones. Prácticamente vivió todo el sueño de cualquier founder en etapa temprana, y en una de nuestras conversaciones me dijo: “Fui a un evento, me pidieron tantas fotos y me adularon tanto que conocí una versión mía egocéntrica y creída que no conocía. Tengo miedo”. Quiero detenerme ahí, en el miedo que él sentía y que yo muchas veces he sentido.
Antes de continuar con esta historia y lo que este founder me enseñó, quiero profundizar en por qué yo he sentido el mismo miedo sin ser una fundadora que crece aceleradamente y cierra grandes rondas. En la cara opuesta de la moneda de los emprendedores estamos los inversionistas y quienes trabajamos en el ecosistema. Si los emprendedores sienten atención cuando algo sale bien, los inversionistas tenemos la atención garantizada siempre! Somos la niña linda de todas las fiestas, pues en un ecosistema tan nuevo y con tan poco capital, todos los emprendedores nos persiguen. Es más, partamos del hecho de que en Rockstart nos aplican más de 3,000 startups en una convocatoria de un mes. ¡Eso sí que es atención! no? No me malentiendan, no estoy alardeando de esto; por el contrario, son esas cifras las que me aterran.
Al primer año de estar en Rockstart, las personas empezaron a creer en mí y a buscarme. De hecho, Felipe Santamaría odia la atención, y por esto me mandaba desde mis inicios a eventos y charlas masivas a hablar con las personas y crear visibilidad para Rockstart. Siempre he sabido que lo que Felipe hace viene de un buen lugar (y, obviamente, esta es una tarea de la que él se quiere deshacer conmigo, pero yo se la sigo rechazando). Sin emabrgo, estar en una posición como esa desde tan temprano y a una corta edad me puso en un lugar en donde tuve que hablar conmigo misma y hacerme una promesa: nunca creerme el cuento de lo que los demás me decían. Cuando vas a una semana de eventos y la mitad de las personas se te acercan pidiendo un consejo y diciendo que sueñan con ser parte de tu empresa, es muy fácil que creas que eres extremadamente inteligente, importante y hasta superior. Te crees la niña linda del curso que podría acceder a cualquier man.
Saliendo agotada de esos eventos y viendo casos de otras personas que sí se creían superiores, entendí que, aunque hay una gran validación y casi que una prueba de product-market fit cuando alguien nos hace fila, también hay altas probabilidades de cometer errores garrafales. Lastimosamente, estos errores no son de los positivos que debemos buscar para aprender, sino que los errores que vienen del ego y del sesgo de sentirnos deseados, son los errores que no definen a nuestra empresa (en mi caso, a Rockstart), sino los que nos definen personalmente. En otras palabras, el ego nos lleva a malas movidas, en donde podemos aprovechar nuestra posición o creernos más sabios de lo que somos y al final quienes vayan profundo encontrarán que uno no es lo que se veía en un simple evento.
Hay quienes le llaman a esto “síndrome del impostor” y yo no podría decir a ciencia cierta si lo es, pero en caso de que lo sea, quisiera guardar un poco de esto que suena a enfermedad mental dentro de mí. Quiero tener algo de miedo a ser impostora, porque, de alguna u otra manera, me ayuda a pensar que aún me queda más camino por recorrer, y no pienso que aún haya logrado nada lo suficientemente grande hasta el momento. Obviamente, de una manera sana, hay que aplaudir lo que se logra, pero no por lo que otros dicen querer de uno, sino por la data y los logros que nos muestran que estamos más cerca de la visión.
Pero bueno, volvamos a lo interesante, volvamos al emprendedor y su historia. Cuando él me decía sentir miedo, no pude evitar sentir ternura y más admiración por él. Tenerle miedo a una versión nuestra que le gusta el poder y le llena el ego es tener una capacidad de autocrítica y conocimiento propio muy superior. La historia y la conversación terminan en que, entre los dos, nos pusimos a imaginar posibles estrategias para contrarrestar el ego sin escondernos y sin dejar de sentir orgullo por los logros propios. Él, de manera muy sabia, empezó a aplicar algo: tener a su esposa, o a su hermano, o a su mamá, o a su familia siempre acompañándolo en eventos, en cierres de rondas y en momentos de éxito. Tenerlos ahí era volver a ver en sus ojos el orgullo de la evolución, pero más que eso, la raíz del alma y lo que somos.
Viéndo a este emprendedor en esas situaciones de éxito y practicando algo que surgió de una conversación mutua me dio mucho orgullo. Es más, cuando lo veo en grandes escenarios y, abajo, está su familia, me acuerdo que no somos nuestros éxitos ni logros, somos la historia que nos ha llevado ahí. No sé si cuando yo tenga esos momentos de éxito llevaré a mis papás o a mi esposo a algún evento, pero sí sé que, cuando logre cosas grandes que puedan traer una versión egocéntrica y errada de mí misma, podré mirar al menos a los emprendedores que he acompañado y he visto sufrir y llorar, y pensar que, así como eso es lo que yo admiro de ellos, mi parte en contante evolución, mis errores y mi dolor son lo que admiro de mí.
Para rematar toda esta historia, después de esta conversación y el aprendizaje que me llevé de este emprendedor, me puse a conversarlo con más personas del ecosistema y otros emprendedores. Me impresioné al ver dos reacciones: aquellos que compartían este miedo y aquellos que aún sienten que es el éxito lo que les dará seguridad. En primer lugar, los que sienten el miedo encontramos una cosa en común: ya habíamos sido egocéntricos mala gente antes, así no fuera en nuestra versión adulta, y habíamos aprendido a estrellones. Del otro lado, aquellos más inclinados a buscar el éxito y reconocimiento como validación tenían una cosa en común: inseguridades del pasado sin sanar.
Ninguna de las versiones anteriores es mejor o peor que la otra. No se trata de nada por el estilo, pues la realidad es que todos tenemos momentos de inseguridad en los que deseamos de manera enfermiza el éxito para tener validación, y momentos en los que nos angustia tan siquiera hablar de algo que hicimos por miedo a ser muy sobrados. Cualquiera que sea el lado en el que estemos cayendo, necesitamos ser conscientes de que no es una cosa o la otra, pues, como lo mencionaba en el blog anterior sobre el fracaso, ambos extremos vienen de una misma raíz: ser humanos emocionales; es como una moneda de dos caras. El reto real está en desarrollar la capacidad de ver hacia dentro y, por momentos, observar qué lado ha surgido y si nuestra mente y emoción solo están intentando decirnos algo que la razón no ha sido capaz de poner en palabras.
[Mi ilustración de las dos caras de una misma cosa: fracaso y éxito]
Como siempre, gracias a ese emprendedor y, sobre todo, a su familia, que en los ojos de orgullo me recuerdan que el camino y el proceso son el éxito, no el resultado ni la portada en la que salgamos o la tarima en la que nos montemos. Gracias, además, a quienes conversaron de esto conmigo y no tuvieron ningún rollo con admitir sus inseguridades, sus deseos de éxito y sus miedos compartidos. Y, por último, gracias a ti si, después de leer esto, puedes ver adentro tuyo los dos extremos que conviven en ti.