Esta semana estuve en terapia y reviví muchas cosas de mi colegio que me molestaban y que tal vez había guardado en un cajón olvidado. Cuando tenía unos 12 o 13 años, me costaba mucho conectar con mis compañeros de clase y, aunque tenía muchas amigas, me sentía radicalmente diferente a ellas. Hoy, casi 15 años más tarde, entendí por qué me sentía así: ellas estaban en su etapa de fiestas y superficialidad, mientras yo lidiaba con otras cosas que me obligaban a ser más adulta y menos superficial. Ellas no estaban mal, nunca lo estuvieron, simplemente me costaba conectar con la superficialidad en medio de mi caos, un caos que ellas no tenían por qué entender.
Toqué este tema en terapia porque últimamente me estaba sintiendo así en el trabajo, como si me costara conectar una vez más, y eso me incomoda muchísimo. Por cosas del contexto, descubrí que había estado rodeándome de seres panditos, no porque lo quisiera, sino porque el momento me lo exigía. Llamarles panditos puede sonar a un síndrome de superioridad horrible, como si creyera que soy mejor que los demás, pero no tiene que ver con eso, sino con la profundidad.
En el mundo hay dos tipos de personas: aquellas con las que solo necesitas un café para terminar hablando por horas sobre la existencia y el universo, y aquellas con las que puedes tomarte dos botellas de licor y terminar hablando de bobadas y chismes. Ambas personas residen en mí; me gustan los amigos para tomar café y me gustan los amigos para ir de fiesta y echar chisme. Sin embargo, si lo pongo en perspectiva, las conversaciones alrededor de un café me llenan de energía, mientras que las conversaciones de chisme me la drenan por completo.
Lo mismo ocurre en el ecosistema emprendedor y en mi día a día en el trabajo. Hay emprendedores a quienes quiero muchísimo, pero con quienes me cuesta llegar a conversaciones profundas sobre ellos y sus negocios. Y hay otros con los que, con solo un mensaje en WhatsApp, termino hablando de los temas más difíciles y trascendentales de la vida.
Estos meses han sido de conversaciones panditas: mucho trabajo, muchas cosas a la vez, pero poca profundidad. Y ahí fue cuando mi energía se agotó y terminé hablando de esto con mi terapeuta. ¿Por qué me estaba pasando esto? Porque tenía conversaciones con emprendedores que necesitaban y preferían parecer perfectos, en lugar de aquellos que son honestamente imperfectos. Claro, estábamos en plenas evaluaciones y selecciones de inversión, y en esas fases es normal querer mostrar todo lo que va bien y esconder lo que va mal.
Sin embargo, esto me llevó a una reflexión más profunda: en el mundo del emprendimiento no debería haber cabida para lo superficial ni para lo pandito. Honestamente, de los emprendedores en los que hemos invertido, los más panditos son los que siempre fallan y están en problemas que nisiquiera ven, mientras que los emprendedores más profundos y los más ácidos son los que nunca dejan de progresar. La verdad es que las startups son casi como seres vivientes que no solo requieren de mucho trabajo y esfuerzo, sino también de un análisis constante y profundo de sus líderes.
Ahora bien, esto no solo pasa con emprendedores. Lamentablemente, ocurre en todo el ecosistema: entidades, inversionistas, VCs, ecosystem builders, corporativos y muchos otros. De hecho, me atrevería a decir que no es solo un tema de personas, sino de organizaciones enteras que son panditas y nunca llegan a lo profundo. Aquellas que se conforman con parecer en lugar de ser mejores, aquellas que son más activas en redes y en eventos de lo que realmente son trabajando.
Entonces, en una sesión grupal reciente de Rockstart, uno de nuestros emprendedores panditos nos pidió una fórmula para salir de sus problemas. Y boom, algo retumbó en mí. Me sentí frustrada porque, una vez más, estaba teniendo una conversación poco profunda, donde el problema no podía solucionarse con fórmulas ni metodologías de libro, sino que requería análisis y apertura al cambio. Se necesitaban esos momentos de mirarse al espejo y decir: “necesito ser más crítico, el problema soy yo”.
Todo lo anterior puede sonar a prejuicio, y lamentablemente, quizá lo sea. Sin embargo, hay algo de lo que estoy segura: los emprendedores que son más ácidos y profundos logran más cosas. Así como las organizaciones que entienden y van más allá generan mayor impacto. Incluso los inversionistas, aunque necesitan mucha suerte, son aquellos más analíticos quienes realmente logran un retorno, porque aprenden del pasado y no se toman esto como el juego del más visible o del que "más sabe".
En un mundo superficial, donde las redes nos muestran estereotipos de lo que es perfecto, es demasiado difícil salir de lo pandito porque es más cómodo y más atractivo para nuestro cerebro estar allí. Ir profundo, salir de la orilla y aproximarse a los grandes caudales siempre es más riesgoso, pues cualquier marea fuerte puede ahogarnos. Sin embargo, conceptualmente hablando, ahogarse a veces permite volver a respirar mejor después. Y eso es lo que muchos emprendedores, startups, organizaciones y ecosistemas necesitamos: ahogarnos un rato en la dificultad para aprender de ella y no dar por sentada la capacidad de respirar.
A aquellos emprendedores que me han llevado a lo más profundo, les agradezco porque me han mostrado mis propios miedos. A los que en sus conversaciones siempre me dejan en la orilla pandita, espero que en Rockstart aprendamos a ser más profundos, para que no existan orillas ni charcos. Y a quienes lean esto sin juzgar ninguno de los lados, les agradezco aún más.
Excelente apreciación. Me sucede muchísimo en todos los campos. Familia, amigos, trabajo... Hay conversaciones profundas que te generan crecimiento, hay otras vacías que no llevan a nada y se pierde tiempo, plata y energía.
En la vida uno es el producto de las 5-6 conversaciones que se sostienen, así las cosas uno decide si mantener conversaciones con personas panditas o profundas para tener el resultado deseado