El titulo de este post suena contradictorio, pero no lo es. Si hay algo que describe el día a día de construir una startup, es la montaña rusa entre puntos altos y bajos constantemente: momentos muy buenos y luego momentos muy malos que se repiten. Sin embargo, hay ocasioness en los que parece que estamos en el mejor y el peor momento a la vez, y eso sucede cuando "Estamos en nuestro mejor momento" porque estamos a punto de lograr algo enorme. Pero, si uno escarba un poco bajo la superficie, esa frase suele venir acompañada de otra: "… y también es mi peor momento a nivel personal".
Los mejores puntos en una startup suelen ocurrir cuando algo que habíamos soñado por fin empieza a cocinarse y estamos muy cerca de cunplirlo: una ronda con ese VC que veíamos inalcanzable, el cierre del cliente que parece hecho a la medida de nuestro producto o la adopción rápida del mercado que acelera el crecimiento de forma inesperada. Son logros emocionantes, de esos que llenan el corazón de orgullo y la cabeza de ansiedad.
Cerrar a un cliente enorme, por ejemplo, puede generar una mezcla de euforia y miedo. ¿Cómo vamos a entregar lo prometido si nuestro producto aún no está listo al 100% para un corporativo de semejante tamaño? Esa duda empieza a susurrar en el oído: "Todavía no estás preparado". Es el miedo hablando, tratando de frenarnos con su repertorio de excusas. Pero aquí está la verdad: nunca nadie está completamente preparado para dar el siguiente gran paso, siempre nos va a faltar un poco más, y quien espera estarlo probablemente se quedará en el mismo lugar, esperando llegar al 100% sin lograrlo.
Estos grandes retos también traen consigo presiones que pueden impactar la salud mental y física. Es común que, en el afán de cumplir, los fundadores entren en piloto automático: más horas de trabajo, más exigencia y menos cuidado personal. Sin darse cuenta, el desgaste se acumula. En sus palabras, “el mejor momento de mi startup es el peor momento para mi a nivel personal” porque, aunque las cosas parecen marchar bien hacia afuera, dentro de ellos hay agotamiento, incertidumbre, falta de tiempo para cosas personales y la constante sensación de estar al borde.
Ese borde se siente como estar parado en la puerta de un avión a punto de saltar con paracaídas. Sabemos que queremos hacerlo, que será una experiencia inolvidable y que la vista desde arriba será espectacular. Pero también sentimos el estómago revuelto, las manos sudorosas, las ganas de vomitar y el miedo paralizante. Y aún así, saltamos.
[Mi forma gráfica de entender esa sensación de saltar y asumir un gran reto]
Muchos emprendedores me llaman cuando están en ese punto: en el borde del avión, el momento exacto antes de dar el salto donde no saben si darlo significará estrellarse o si habrá valido la pena. Me cuentan sobre la ansiedad que los consume y también sobre el deseo incontrolable de lanzarse. Algunos se quedan congelados, atrapados en el miedo. Otros logran transformar esa energía en el impulso necesario para saltar y, una vez en el aire, descubren que pueden disfrutar del camino.
El mejor momento siempre trae consigo el peor momento porque los grandes logros requieren enfrentarse a grandes retos. Y esos retos, por más que asusten, son también los que nos impulsan a crecer. Saltar nunca será fácil, pero vale la pena. Porque, aunque el miedo esté presente, también está presente la posibilidad de volar.
Gracias a los founders que me dejan contemplar sus saltos al vacío, a veces sin paracaídas. Gracias a los que igual se quedan paralizados y me pemiten aprender. Gracias a quienes leen esto y ahora quieren saltar al vacío.