Cualquier persona que emprende habla de la responsabilidad que implica manejar tantas cosas al tiempo: clientes, equipo, producto, nómina... Pero a mí me sorprende la cantidad de personas que no conocen lo que esto significa y me dicen que mi trabajo es soñado, que el trabajo de los emprendedores es increíble, y que les parece un privilegio poder construir una compañía. Y claro que lo es (no me malinterpreten), pero eso que se ve en la superficie, lo de tener empleados, vender, rodearse de personas “exitosas”, es solo la punta del iceberg. Lo que hay debajo va mucho más allá del esfuerzo que, aunque obvio, no alcanza a explicar del todo el dolor que implica.
Hace un par de días vengo sintiéndome mal. Bastante abrumada por situaciones difíciles de procesar, por cosas que nunca imaginé que me tocaría vivir. Me sentía tan ahogada que decidí escribir y hablarlo con amigos founders. Como era de esperarse, me di cuenta de que no soy la única. No soy la única que se ha sentido así, atrapada entre deudas, incertidumbres y decisiones imposibles de tomar. En esas conversaciones apareció de nuevo ese sentimiento de responsabilidad, pero no la responsabilidad del día a día. Otra más densa. Más solitaria.
Primero está la responsabilidad de cumplir: de ser líder, inspirar, manejar personas y construir. Esa es la parte que uno ya tiene incorporada, la que está en la descripción del cargo y parece bastante inspiradora. Es demandante, sí, pero no duele. Lo que estoy sintiendo ahora es otra cosa. Es la responsabilidad que se transforma en dolor. Esa que muta del “quiero hacer lo mejor posible” al “no sé si estoy haciendo suficiente”. Esa que se siente como una deuda moral con otras personas y hasta con uno mismo.
Para nadie es un secreto que la industria del emprendimiento y el venture capital está atravesando una crisis fuerte. Pero, honestamente, ni siquiera en pandemia lo había sentido tan pesado. Es una tormenta que sabíamos que venía, lo veíamos en los datos: la inversión estaba cayendo, el acceso a capital también, y muchos negocios estaban quebrando. Aun así, mi ego me hizo creer que estábamos preparados, que eso le pasaba a otros, no a mi. Que los que sufrían eran los que se endeudaban sin razón o los que levantaban rondas gigantes sin sustancia.
Qué equivocada estaba.
Pensar que estábamos exentos fue ingenuo. Egocéntrico, incluso. En los últimos días hemos visto cómo algunas de las startups más conocidas se han quebrado, he visto también cómo sociedades se disuelven ante mis ojos y cómo las inversiones se tambalean. Ahí es donde el liderazgo duele de verdad.
Hace poco, unos amigos emprendedores me pidieron ayuda para resolver un conflicto de socios. Pensaban que podía orientarlos. Entré a la reunión con ganas de ayudar pero sin querer se convirtió en una terapia de pareja para la que no estaba preparada. Oí reclamos y oí tristeza. Y algo en mí hizo clic. No fue una reunión más como las que he vivido de peleas de socios en estos 7 años. Sentí que ese pequeño drama era apenas una representación mínima del caos emocional que recorre hoy a todo el ecosistema.
La economía no está fácil, y eso lo sabemos. Pero lo que a veces subestimamos es lo que esto hace con las personas. Hace unos meses, en la Semana del Emprendedor, tuvimos una charla con Hernán Kazah, cofundador de Mercado Libre y de Kaszek, uno de los fondos de VC más grandes de la región. Él decía que lo que viene no tiene precedentes: la sequía de capital arrasará con empleos, con compañías y con ilusiones, dejando únicamente a los mejores emprendedores que aguanten.
Ese día, escuchándolo, pensé: “bueno, de eso se trata, el 90% fracasa, todos lo sabemos”. Pero hoy ya no es una estadística. Hoy son mis amigos. Hoy son las personas que quiero. Y también podríamos ser nosotros si no nos cuidamos. De repente, el 90% dejó de ser un número lejano y se convirtió en nombres propios. En historias reales. En llamadas nocturnas. En angustia.
Mi esposo, viéndome así, me sugirió que volviera a terapia intensiva. Se lo agradezco. Porque uno, en medio del incendio, se olvida de sí mismo. Empecé a recibir mensajes de aliento, correos de apoyo, pero también juicios y cuestionamientos. Y no juzgo a nadie. Una crisis es una crisis. Cada quien la vive como puede. Lo que más duele es esa sensación de que algo que se te escapa de las manos puede arrastrar a otros. Esa idea de que si no encuentras cómo sostener el barco, puedes hundir con él a quienes te han confiado su tiempo, su energía y su fe.
En medio de esa angustia, llamé a un amigo fundador. Solo me dijo:
”Yo he pasado por peores. Tuve que despedir a más de mil personas. Sé lo que es ver a alguien con talento, con familia, con sueños… y tener que dejarlo ir”.
En ese momento, entendí algo más profundo: ser líder no solo es construir, también es sostener. Y cuando el tiempo se vuelve una amenaza, cuando el reloj de arena avanza sin compasión, liderar se vuelve una lucha interna constante. Uno intenta aferrarse a ese último hilito de tiempo, de oportunidades y de esperanza. Cada día que pasa sin una solución clara se siente como un grano más de arena cayendo. El pecho se aprieta. El estómago duele. Las horas pesan. Y lo más duro es que no sabes si mañana ese hilo seguirá ahí, o si ya se habrá roto.
Y sin embargo, seguimos y seguiremos. Por mi parte, intentare conseguir cuanta arena sea posible para apoyar y ayudar a esos emprendedores que se que tienen todo el talento, pero que la crisis los esta poniendo contra la esquina. Seguiré teniendo las conversaciones difíciles, lloraré si es necesario. Pero no me saldré del bote aunque se hunda.
Esta vez, me agradezco a mí misma por tener la valentía de enfrentar escribiendo esto, y la madurez para tener conversaciones difíciles y no huir. Porque esa, creo, es la verdadera responsabilidad: seguir buscando soluciones, incluso cuando todo duele. Y claro, agradezco también a esos emprendedores que, incluso en los días más duros, me responden el teléfono y me oyen llorar en problemas que para algunos de ellos no son ni el 1% de lo que ya han vivido.
Las tormentas son grandes oportunidades para demostrar una vez más de que se está hecho. manteniendo la calma y sabiendo buscar en medio de ellas, nada fácil, hay grandes oportunidades que se deben aprovechar PARA salir avante y mucho más fuertes SON GRANDES OPORTUNIDADES que hay que saber aprovechar